La motocicleta (parte 2)
Giré
la vista varias veces, abarcando la totalidad de la pequeña sala del hospital.
Mi papá entablaba conversación con aquel novio, por primera vez en la historia.
Ambos tenían el semblante triste y no parecían pelear. Pensé que al menos
tendríamos paz durante los próximos minutos.
Volví
a recordar el lugar del accidente. La ambulancia que debió de marcharse antes
de que nuestro carro pasara por allí, con rumbo al hospital. La motocicleta
destrozada que recogió la policía luego de que los periódicos amarillistas le
tomaran fotos. Hace rato compré un ejemplar, sólo para despejar algunas de mis
dudas. Allí estaba, con los fierros torcidos y la parte de enfrente hecha
pedazos. ¡Tan bonita que era antes! Cuando cualquiera de nosotros podía
presumirla durante un paseo, esbelta y elegante. Cuando provocaba envidia entre
vecinos y desconocidos. Todos querían tenerla y ninguno tenía la dicha, porque
era de la familia González.
Recuerdo
cuando la llevé a la preparatoria. Lo hice a escondidas, aprovechando que nadie
más estaba. Que podría recorrer las calles amplias bajo el vi rayo del sol,
bronceando mi propia alma. Mis amigos me vieron estacionarla. Estaban
maravillados, como si nunca hubieran visto una. Me hicieron muchas preguntas,
yo les di permiso de tocarla, de mirar el velocímetro y jugar con los
manubrios. Ese día me sentí como el más querido, como si mis esfuerzos de años dieran
resultado. Pero era un simple escuincle, con una motocicleta.
Hasta
mi hermana hubiera generado mayor impresión. No quiero ni imaginar, las
emociones que tuvieron las personas que la vieron cruzar por los aires al
momento de volcarse. Debió de haber sido conmovedor, aunque también debieron de
sentir mucho miedo por ella… Es fácil volar, estar unos segundos despegado del
piso. Cualquiera puede intentarlo, sólo basta con dar cualquier salto
peligroso. El verdadero problema es caer y regresar al suelo, a lo ordinario de
la vida real.
¿Qué
cosas habrá pensado durante aquellos momentos? ¿Habrá seguido enojada con su
novio, culpándolo de su futura desdicha? ¿Se habrá acordado de nosotros, de
nuestros padres que la quisieron tanto? ¿De mí? No lo sé. Espero poder
preguntárselo algún día.
Bajó
del cielo y se perdió en el aire. Al igual que lo hace un ángel o una especie
de santa. La motocicleta había quedado varios metros atrás, mientras ella se
aventuraba, atreviéndose a explorar la avenida desde un ángulo nunca antes
visto. Fue porque perdió el control en una curva. La velocidad le ganó y salió
disparada sin mayor remedio, como una paloma que se marcha lejos de casa, para
nunca más regresar. Debió dolerle mucho el golpe, como ninguno de nosotros
tiene una idea. Supe que colocó sus brazos enfrente de ella para protegerse,
antes de que sus extremidades se partieran por dentro…
Mi
padre y aquel muchacho dejaron de hablar. Tomaron sus asientos, el primero al
lado de mi mamá, el segundo en solitario.
Yo los
observo desde aquí, sin ganas de hacerme más preguntas, ni de seguir relatando
lo sucedido. No quiero decir nada, ninguna sola palabra después del último
dolor, el más potente, el más estremecedor…
–Despertó.
–Dice una de las enfermeras, dudando. –Despertó. –Vuelve a decir, ahora más
segura. –Despertó. –Se dirige hacia nosotros.
Fin.
Autor: Adrian Baltazar Bonilla Rivas, 9 de julio de 2016.
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