Dolor de juventud
Cuando la edad es relativamente corta, cuando se comienzan a enfilar los pasos propios hacia la adultez, el trabajo y el desarrollo de una profesión, hay un pequeño dolor insistente que permanece como una piedra en un zapato o como una espina inviable en la palma de la mano. Son los deseos de cambiar el mundo, de anhelar una realidad mejor y querer hacer todo para cambiarlo.
En lo personal, me encuentro atravesando este sendero. Me niego a llamarle etapa porque las etapas son períodos de tiempo pasajero. Tengo una mentalidad en la que los compromisos son para siempre y espero que nada de lo que pase en el mundo cambie esta idea.
Sin embargo, me he topado con varios obstáculos. La vida no es fácil, he de reconocer que no todo es amable como algunos quisiéramos. De esta manera, el obstáculo que más me preocupa y que más he presenciado en los últimos días es la apatía de mis propios compañeros jóvenes. Así es, aunque los novatos tenemos la facilidad de observar lo que está mal, me he dado cuenta de que muchos desistieron en su primer intento o peor aún, ni quiera les pasó por la mente cambiar el mundo.
Vivimos en una sociedad egoísta que sólo se preocupa por el bienestar individual de cada quien. Donde todas las metas son personales y no se vislumbran fines, más allá de uno mismo. Nos quejamos de la política, cuando cada uno está buscando su propio beneficio y la gente sería capaz de hacer cualquier cosa por asegurar su exito. En ese sentido somos como cualquier personaje corrupto de la vida pública.
Hoy lo digo, me duele estar lleno de anhelos y rodeado de opacidad, de indiferencia, de egoísmo. Intento buscar personas que sean capaces de ver más allá pero los invitados a veces no llegan a las reuniones.
En medio de todo esto, de una marea de abrigos grises y ropajes de invierno que caminan con la mirada en el suelo; recibo el consuelo de los padres de un amigo que me recuerdan afectuosamente; me encuentro con otra persona que hace tiempo no veía y nos saludamos con un júbilo completamente palpable; la señora de la tienda me devuelve el cambio con una sonrisa sincera; plático con el señor mayor que siempre me cuenta sus historias de antaño; mi perro corre hacia la puerta meneando la cola y mi familia me pregunta por algo de lo que no platicamos desde hace mucho.
Pienso que al final del día existe una cura para los dolores de juventud.
Fotografía:
Diana Bonilla, Calvillo, Aguascalientes.
Que gran mensaje lleva este artículo para los jóvenes. Hoy en día a pesar de su corta edad viven indiferentes a buscar el bien común y el propio, pero aquellos que tienen en su corazón el anhelo de cambiar al mundo son los que encuentran razones para vivir cada día fascinándose por lo cotidiano, por las cosas bellas que les rodean, celebran la oportunidad de estar vivos.
ResponderBorrarAdrián, los jóvenes valiosos son aquellos que como tú son felices porque logran ver en todo lo que les rodea lo bueno, y viven llenos de esperanza. Nunca pierdas en tu corazón el deseo de cambiar al mundo: “los frutos más valiosos son aquellos en donde la semilla tarda en germinar”. Muchas felicidades por lo que plasmas en tus artículos.