"Cuando papá todavía vivía"



El día de hoy presento un cuento con antigüedad incierta, probablemente originario de enero del 2014, sin poder asegurar que fue concebido en esa fecha. Una lectura amena para cualquier época del año, más aún para una tarde nublada. 


Cuando papá todavía vivía

Las cosas eran diferentes hace un año, cuando papá todavía vivía y mamá estaba ocupada en la casa. Estábamos en el norte, casi todo el año hacía calor pero diciembre y enero eran muy fríos.

Mi casa estaba en una colonia con calles anchas y rectangulares, me gustaba jugar fútbol en la calle pero los últimos días teníamos que meternos temprano. Así que sólo nos quedaba un ratito después de ir a la escuela y comer. 

Yo tenía poco tiempo de haber pasado a la prepa, acababa de entrar y mis padres estaban muy orgullosos de eso. Varios de mis amigos no habían podido seguir estudiando. Yo no sé por qué pude entrar, creo que fueron mis calificaciones porque nunca fuimos de dinero y no pudimos sobornar a nadie. 

Para mí el sol siempre era del mismo color y la mujer que me gustaba siempre tenía la misma cara. Creo que nuestra ciudad era muy tranquila con sus avenidas polvorientas y escuetas.

No entiendo por qué tuvimos que marcharnos. Mi papá se equivocaba muchas veces. Era un buen señor, ya casi cumplía los cuarenta y nunca lo vi vistiendo una corbata. Era informal, le gustaban los pantalones de mezclilla y las playeras largas.

Antes de vivir con mi mamá tuvo otra esposa y tal vez dos hijos a quienes nunca  vi, así que no tuve hermanos, tal vez por eso quería mucho a mis amigos. Era una buena vida, tenía bastante tiempo para decidir qué estudiaría en la universidad.

Mi papá tenía un taller mecánico. Algunos chavos de veintitantos años lo ayudaban y a mí se me antojaba hacer lo mismo, engrasarme las manos y meterlas adentro de un motor, se me hacía divertido. Era como tener un cuerpo de metal y operarlo, aunque nunca me llamó la atención la medicina.

Yo estaba más concentrado en hablar entre clases. La barda de la escuela era baja y también me escapé varias veces. Para mí esa adrenalina era suficiente, no necesitaba más como algunos de mis conocidos que buscaban el alcohol y las drogas. Para mí lo más emocionante era decir chistes y que los maestros me mandaran a la dirección, de donde también me escapaba.

Algunos decían que me comportaba como un niño de secundaria, que ya estaba en la prepa y debía madurar, pero la verdad, la secundaria nunca terminó para mí. Por la tarde seguía viendo a mis antiguos camaradas y por la mañana me encargaba de mis asuntos escolares. No me importaban sus sugerencias sobre salir a fumar y conquistar miles de muchachas “cholas” para hacerme grande.

Yo iba detrás de otra clase de mujeres, más difíciles. La que me gustaba se llamaba Daniela, tenía unos ojos negros y un cabello del mismo color. Nunca he sido bueno para describirla pero pienso que su físico era lo que más me gustaba. La gente hablaba mucho de ella, de que estaba guapa y yo me acerqué muy pocas veces. 

Se creía muy grande para nuestra edad, según ella no le interesaban las mismas cosas que a sus amigas. No estaba obsesionada con ser popular ni tampoco mostraba intenciones de tener novio.

Después de conocerla lo suficiente como para decir esto; las cosas empeoraron. A mi papá le ganaron la crisis y el ansia de dinero. Siempre quiso comprarse una pantalla plana. Recuerdo que cuando dejó el taller y se puso a trabajar con los malos me regañó muy fuerte porque mis calificaciones habían bajado.

Pensé que tal vez no estaba listo para la preparatoria pero cuando las cosas se aceleraron en mi segundo semestre eso dejó de importarme. Mi papá ganaba más dinero y después me enteré de que lo consiguió delatando a sus nuevos compañeros de trabajo.

Me falta imaginación para saber cómo pasó todo. Sólo noté que las conversaciones en familia se volvían más cortas y que mis amigos mostraban la misma loquera. Dos dejaron la escuela y los que nos juntábamos en la tarde dejamos de vernos porque unos trabajaban, otros robaban y había quienes no querían hacer nada.

Poco a poco fui sabiendo más de balaceras y asaltos cerca de donde vivíamos. Pero yo seguía viviendo normal, como si no me importaran las nuevas ocupaciones de mi papá o de los bravucones de mi barrio.

Ya casi para salir de vacaciones, cuando estaba entrado el verano, hubo una fiesta en casa de una conocida. Yo fui con una playera normal y un pantalón de mezclilla, no me fijé que todos mis compañeros llevaban camisas de manga larga, brillantes y cadenas. Recuerdo que tomé una cerveza, aunque a ellos les pareció poca cosa.

No entendía de donde Juan sacaba tanto dinero, por qué el padre de Pedro trabajaba en lo mismo que mi apá. No me interesaba saberlo. Lo único que quería era bailar con Daniela, que me diera un beso y pudiera pasar tiempo con ella. Si hubiera sido uno de mis amigos hubiera dicho que también quería estar a solas en su cuarto, pero no creo que lo hubiera aprovechado. Me hubieran ganado la plática, el silencio y las miradas, nunca he soportado el romance.

Recuerdo que era sábado a las nueve de la noche, cuando algunas calles se quedaban solas y mi mamá decía que era peligroso salir a esa hora. Pero mí papá pasaría por mí y me llevaría a casa, no habría ningún problema.

Baile con ella y cuando nos sentamos, me animé a robarle un beso. Cerré los ojos, al principio le di un golpe fuerte en su barbilla, luego me acomodé y toqué su boca con mayor suavidad. Pienso que duró unos veinte o treinta segundos, luego ella me empujó hacia atrás con sus manos y me dijo: “Eres un niño, yo quiero a alguien más grande.” 

No me dolió, no lo sentí en el cuerpo y mucho menos en el alma, por eso no le contesté nada. Yo sólo quería besarla y lo logré.

Esa noche mi papá no llegó por mí, tomé mi celular y llamé a casa. Mamá me dijo que regresara con alguien más y eso pasó. A la mañana siguiente nos enteramos de que lo habían balaceado. Muchos relacionan la palabra "balacera" con muerte pero para mí significó otra cosa, probablemente nada. Sentía que mi papá seguía igual de presente y también igual de ausente.

Los últimos días anduvo medio “ido” o como yo diría perdido. Nunca estaba concentrado, sólo lo oía por la casa gritando “vieja, ¡ya llegué!” o “vieja, ¿donde estás?” Siempre era igual, escuchaba el reflejo de sus pasos en el suelo del primer piso y todavía muerto los seguí escuchando. Para mí era una señal de que había vuelto.

Su funeral no significó gran cosa para mí. Algunos dicen que me quise hacer el fuerte pero no fue así. Sólo no le encontré mucho sentido a la misa y los rosarios. Para mí eran simples formalidades que sirvieron para hacer que conociera a otras personas. El sol era más blanco que nunca, las hierbas se sentían ásperas y la tierra parecía estar menos aferrada al suelo que las plantas.

Creo que al final mi papá trabajó para los buenos y por eso lo mataron. Dice mi mamá que delató a sus compañeros y por eso, yo nunca debo de traicionar a nadie, sea quien sea.
Fue todo lo contrario a lo que me habían enseñado antes. Pues me habían dicho que debía de buscar el bien aunque me ensuciara las manos. Los demás siempre me cambiaron a su conveniencia lo que era bueno y lo que era malo. Tal vez sea una idea que nunca comprenderé.

No sé qué clase de persona haya sido mi papá, si murió por hacer algo correcto en un marco incorrecto o al revés. Ni siquiera sé cómo tomaron mis amigos el beso que le robé a Daniela. Nunca hablamos del tema y cuando parecía que me iban a reconocer aquel logro tuve que marcharme.

Mi mamá decidió que era mejor irnos muy lejos y cambiarnos los nombres. Estaba muy asustada y creía que seriamos perseguidos durante mucho tiempo. Yo nunca noté que nos siguieran. Tengo la sensación de que la policía o el gobierno nos ayudaron a quedarnos donde ahora vivimos. Pero sólo son simples ideas.

Mis amigos creen que estoy en Estados Unidos. Tuve que meterme a una preparatoria abierta para que mi mamá estuviera contenta. Unos meses después comprendí que un papá no aparece de la noche a la mañana, no sé si su fantasma dejó de buscarnos. Quizás ahora nos observa, ve cómo mi mamá se adapta a su nuevo trabajo y como yo recibo mis certificados mucho tiempo antes del que debería.

Sé que me quedé sin muchas cosas, incluso también sin parte de mi adolescencia. Si pudieran oírme las personas que conocí antes de todo esto, incluyendo a Daniela, pensarían que soy un inmaduro que tiene que enfrentar a un mundo adulto. Voy a entrar a la universidad, la gente me pedirá explicaciones y yo no sabré que decir, tal vez me ayude el nuevo nombre que me dieron con todo y papeles. Ahora se supone que soy más grande.


Espero que cuando vea a esos nuevos amigos, surgidos de una nueva vida, me dé cuenta de que la edad es relativa. ¿Cuántos de ellos habrán pasado lo mismo que yo? Pienso que nadie y sin embargo verán la vida de un modo más adulto, tendrán más claro lo que es bueno, lo que es malo y conociendo su modo de actuar preferirán una u otra cosa sin ningún remordimiento. 

No creo que sea justo, la culpa y los malos destinos deberían de ser para todos o no ser para nadie.


Por: 

Pipe Bonilla - Adrián Baltazar Bonilla Rivas


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