La ciudad de los palacios, segunda parte
Algo que observamos a lo largo de nuestro viaje fue el volumen de gente presente, tanto en las aceras como en el interior de los vehículos. Fenómeno que se repitió en casi todos los lugares, incluyendo la esquina del Eje Central Lázaro Cárdenas con la Avenida Francisco I. Madero.
Nos mezclamos entre los transeúntes, al tiempo que vendedores de lentes y tatuadores anónimos nos ofrecieron sus productos haciendo gala de su acento "chilango". ¡Qué peculiares son los habitantes de la capital del país! Especialmente los nacidos allá.
Nadie recibe tantas críticas y comentarios como ellos, nadie es tan odiado como ellos, así como reza la frase célebre de cierto equipo de fútbol originario de aquellos lares que se atreven a decir; "ódiame más". Como si disfrutaran del desprecio ajeno, pero sucumben las burlas, apenas comienzan los comentarios. Un fenómeno similar ocurre con los ¿capitalinos? ¿defeños? ¿mexiqueños? ¿CDMXenses? Etcétera, creo que nunca sabremos cómo decirles de una manera elegante.
Pero son muy peculiares, en una gama de sentidos muy amplia que va desde uno peyorativo hasta otro más positivo. Nadie habla como ellos, ni ve la vida cómo ellos... Cabe destacar, que hay de chilangos a chilangos.
Cuando uno de mis amigos me preguntó qué opinaba de la ciudad, le dije que era un lugar de muchos matices. Ni cómo negarlo, unas horas antes pude contemplar los edificios más altos del país desde un moderno paso a desnivel en Circuito interior. Algunas horas después, un chofer de uber se enredaba en las calles de la delegación Iztacalco, Ciudad Neza y se acercó tanto al lago de Texcoco que casi nos llevó al otro lado del mundo.
En fin, luego de contemplar las abundantes construcciones coloniales en "El Centro", las casas altas con cuatro pisos de altura aproximadamente y de disfrutar unos tacos de canasta que se volvieron legendarios en mi memoria por ser buenos, bonitos y baratos conocí: "La Plaza de la Constitución", también conocida como "El Zócalo".
¿Será éste el lugar más importante de México? Testigo de los siglos, de tronos, dominaciones, virtudes y potestades. En sus inmediaciones se localizó el principal centro ceremonial de los antiguos Aztecas, se realizó la conquista y se gobernó un reino (o virreinato) con más recursos que la propia España. En este espacio, sobre un pasado sangriento, se construyó la nación contemporánea que conocemos hoy en día. Una nación herida, con cicatrices visibles en su piel, que no deja de mirar hacia adelante.
Enfrente de mí, estaba la bandera y detrás de ella Palacio Nacional. Cuántas imágenes transcurrieron por mi mente. A mano izquierda estaba la preciada Catedral Metropolitana y a mano derecha el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, gobernando el espacio alrededor. Por unos instantes pensé en la Ceremonia del Grito, el desfile cívico militar que se realiza año con año.
No estuve allí el tiempo que me hubiera gustado. Soy un hombre acostumbrado a las prisas; las ocupaciones de la escuela, mi venta de dulces, mis proyectos alternos y mis esporádicos trabajos me mantienen en movimiento constante, allá dónde nací. Pero la Ciudad de los Palacios, me dio otro significado de la palabra "prisa"; mucho que ver y poco tiempo para observarlo, muchos traslados dentro de la misma ciudad y mucho tráfico de por medio, imposibilitando la puntualidad.
Las Calles cuadradas miraron el resto de nuestro recorrido, a veces buscando la sombra y en otras ocasiones recibiendo la injusta sentencia del sol pegando en nuestras caras. Estábamos cansados, nuestro camión fue a "tirarnos" por allá demasiado tempano, hacía falta dormir y el día había tenido diversas sorpresas.
Los reflejos del sol en los edificios despidieron aquel día de febrero, igual que las jacarandas en la Alameda Central, el sonido de los automóviles cortando el aire y del sistema colectivo metro deslizándose por debajo de la superficie. Después de tomarlo, un micro-bus, se encargó de dejarnos lo más cerca de nuestro lugar de descanso.
Sabíamos que otras ocupaciones se encargarían de nosotros los siguientes días y que cuando éstas se consumieran, el regreso a nuestro lugar de origen sería inevitable. Sabíamos que el pan nuestro de cada día volvería a aparecer en nuestra mesa y nuestra vida durante las siguientes semanas.
Algo brindan los viajes, que además de permitirte salir de un lugar, cambian tu realidad. Te haces consciente de que lejos de ti, hay millones de desconocidos haciendo su vida, trabajando como un montón de abejas amarillas en un panal, al igual que tú. Y por unas horas, logras escapar de tu propio "panal" y de tu propio "trabajo", observando al mundo en libertad, durante algunos efímeros momentos; porque no es lo mismo, ver la vida en libertad que en cautiverio.
Fotografías tomadas por mi celular el 24 de febrero de 2017
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