La ciudad de los Palacios, primera parte



Nuestro camión arrancó el jueves por la noche, unos minutos antes de que comenzara el viernes. Partimos desde Aguascalientes, la ciudad que me vio nacer y donde he residido siempre. 

"No puedes vivir ignorando al D.F." -Le dije a uno de mis amigos en días pasados. En un país como México,es imposible hacerlo.

Hace unos siglos, todos los caminos conducían a Roma, hoy en día, muchas venas y arterias llevan los autos a aquel corazón enmarañado, de contrastes absurdos. La situación de una nación entera se concentra aquí, en el centro del universo, según los Aztecas. Grandes edificios y casas apiladas en los cerros, unas sobre otras.

Llegamos en la madrugada. Poco a poco nos fuimos metiendo en el laberinto, desde la lejana autopista hasta el Circuito interior. Cuando bajamos del autobús el frío de la madrugada fue el primero en recibirnos. Era febrero y la temperatura era insoportable.

Cuando miré al cielo escaso -casi carente- de estrellas lo primero que contemplé fue la luna, justo en el centro de la vista. El resto del camino lo podría describir como extraño, el conductor de Uber viajaba completamente callado, mis amigos y yo moríamos de sueño, mientras la gente se dirigía a sus respectivos trabajos. 

Entonces pasó, el primer embotellamiento capitalino. Fue en Río de los Remedios, me tocó ver desde la altitud de una loma, el sol emergiendo por encima del Iztaccihuatl, con el popocatepetl más lejano aún, con dirección al sur. Vivirlo es diferente a imaginarlo.

Luego transcurrió nuestro viaje, con el sucesivo pasar de las horas, volví a ser víctima del tráfico antes de llegar al bosque de Chapultepec, mientras los árboles antiguos observaban nuestra llegada. 

Vinieron los demás actos, mis primeros viajes en metro donde sentí la adrenalina de subir al vagón antes de que las puertas cerraran y los nervios por mi celular en la bolsa del pantalón, que temí perder, más de una vez. 

Descubrí que debajo de la tierra existen otros mundos, al menos, en algunos lugares del planeta. Reinos escondidos compuestos por escaleras infinitas y pasillos rebuscados, colonizados por la gente.

Emergimos a la superficie a un costado del Palacio de Bellas Artes, a un lado de la Alameda Central. La vista de los edificios se hizo presentes, desde la derecha hasta la izquierda. Muy en el fondo una torre de la catedral y más cerca de nuestros ojos, el Banco de México y la famosa Torre Latinoamericana. ¡Cuántas imágenes pasaron por mi mente! Las fotografías vistas con anterioridad, los videos musicales y la televisión.

Allí comprendí por qué se le llama "la Ciudad de los Palacios",término acuñado por el viajero inglés Charles Latrobe. Había mucha historia alrededor de mí, desde el lejano virreinato, el México independiente, el polémico Porfirio Díaz y los años posteriores.  

Estaba "en el ombligo de la luna", rodeado por la nación mexicana y montones de gente, que parecían orbitar alrededor de aquellas jardineras. Algunas construcciones cercanas eran muy antiguas, otras eran magníficas como el Palacio blanco al lado de mi, otras por demás modernas, como "la Latino" que en su momento fue el tercer rascacielos más alto del mundo cuando fue inaugurada, durante los años cincuenta.

Aprendí que mi país es más grande de lo que imagino. Que tiene más destinos de los que pienso y una infinidad de datos ocultos que todavía desconozco. Y más allá de todo regionalismo e ignorancia, es la tierra de cada mexicano, tan rica y variada, llena de secretos, que nadie podrá arrebatarnos nunca.

Antes de concluir con esta primera parte, quisiera afirmar que algo más importante que los viajes mismos, son las personas que te acompañan.En esta ocasión pude contar con mis amigos de preparatoria, casi cuatro años después de haber egresado de ella.
Sin duda, su compañía fue lo mejor de mi experiencia en el Valle de México, ubicado a 2240 metros sobre el nivel del mar. Gracias por la ocasión.


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