La moral que elegí



Hace poco tiempo un amigo me dijo que nuestras "morales" eran diferentes. Al parecer ambas habían sido moldeadas por las diferentes circunstancias de nuestras vidas. 

Reconoció que sus estándares hacían uso del "colmillo" político y que eran más flexibles; adaptables a las circunstancias. En lo que a mí se refiere, sería hipócrita postularme como un santo o como un defensor del conservadurismo a ultranza. Pienso que la coherencia entre las convicciones y las acciones de una persona debe ser fundamental, a pesar de ser muy difícil llevarla a cabo.

Soy de la opinión de que cada persona, en el uso de su razonamiento, posee su propia conciencia, su propia manera de entender el bien y el mal. Que en el ejercicio de su libertad decide cómo actuar. De allí la importancia de contar con dicha brújula.

No me pronunciaré a favor de ideología alguna. Porque también considero que cada quien es libre de tener "su moral" y que la elige por motivos estrictamente personales. 
A mí nadie me impuso mi manera de pensar. No fueron mis padres, ni fue la sociedad. Fui yo después de algunas desventuras quién decidió seguir una tradición racional y una devoción religiosa que encuentra su expresión en el aspecto privado. 

¿Por qué ocurrió así? Por la sencilla razón de que nadie nace sabiendo cómo debe vivir; se tiene que aprender sobre la marcha, cometer errores y encontrar un sentido, hacer que las decepciones y pesares tengan un sabor menos amargo. La idea de encontrarnos solos en el mundo, sin la presencia de un orden ético superior a nosotros, sinceramente me parece desconsoladora.

He presenciado la indiferencia de una persona hacia otra, la insensibilidad hacia los problemas del otro, el egoísmo y la lucha descarnada por el poder. En la vida del trabajador que gasta su dinero en fiestas, también he visto la disolución del amor; el olvido de la persona querida. 

Nos acostumbramos a que el mundo es de una manera y creemos que no podemos hacer nada para cambiarlo ni para transformamos a nosotros mismos. A estas alturas de la vida la sociedad nos vuelve a re-educar. Nos hace creer que el dinero es lo más importante, que la felicidad es efímera y viene en presentaciones limitadas, según tu propio gusto; desde un simple par de tennis o zapatos hasta envases de cerveza, drogas y contenido censurable para el presente blog.  

A pesar de la apertura moral, a veces tengo la impresión de que la sociedad en la que vivo no tolera la diferencia. De que son las propias compañías de vida las que quieren hacerte a su manera, moldearte y enseñarte a aullar. Cuando dichos cambios no persiguen una mejora o un bien mayor, se convierten en sencillas y llanas imposiciones. 

Cada quien debería de serle fiel a sí mismo, ser de su propia manera. Si alguien lucha por un valor, (cualquiera que sea) no debería de ser calificado como un loco o soñador, si alguien tiene confianza en quienes le rodean, no debería de ser tachado como ingenuo. Si alguien quiere ir a misa los domingos no debería de ser encasillado en la imagen de un conservador anticuado.   

Hoy parece imposible conciliar los asuntos de la conciencia y moral, con los actos de la vida diaria, pues el prejuicio está presente en todas partes. Pero si alguien consigue hacerlo, habrá conquistado una de las satisfacciones más sinceras; la paz, la tranquilidad de quien no teme nada, de quién no tiene remordimientos ni cuentas pendientes.

Finalmente, en cuanto a la moral que elegí, puedo concluir que después de la experiencia, allí fue donde encontré las únicas respuestas convincentes para mí. Por más que intenté alejarme, cambiar de rumbo, de giro, inevitablemente, por casualidades de la vida o destino, terminé en el mismo lugar en el que comencé; en el seno de la intimidad que tiene una persona ante sus convicciones y su propia fe, buscando comprender lo efímero que somos ante la eternidad. 


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