Tú tenías veinte y yo diecinueve
Recuerdo nuestra vestimenta la última vez que nos vimos; la manera en la que se marcaban al tacto las costuras de tu ropa, tus dedos rosas, tu cabello castaño claro. Yo aspiraba a convertirme en un hijo de la buena suerte, mientras tú eras una mujer de sociedad, en anuncio, en espera de que llegara cada viernes, para brillar en la pista de baile.
Éramos más jóvenes, tú tenías veinte, yo diecinueve, nunca vi tu año mayor como algo que debiera presumir a los ojos de los demás. Tú me pediste silencio y yo lo guardé, como quién se queda con algo prestado, esperando el día de regresarlo.
Siempre me pregunté en qué circunstancias volveríamos a vernos. Después de nuestra despedida, aquella noche cálida sin consumarse, con las bocas de ambos temblando por el deseo, pensé que volvería a verte la siguiente semana. Pero pasó el tiempo, yo encontré a esa mujer que tanto detestaste y me fui con ella, tú te fuiste con un hombre al que también odié, y tal vez después con otro, pero eso no importa.
Cuando volví a mirarte eran las tres de la tarde, el calor de junio impregnaba todo el ambiente, el pavimento de una calle del Centro y el aire a mi alrededor. Te vi cruzar delante de mí, venías a verme. Parecía que a la Misericordia Divina por fin me había concedido ese milagro. Era sábado, ninguno de los dos tenía otra cosa que hacer, más que rememorar los recuerdos, contar los lunares en la piel de la otra persona y brindar por nuestro re-encuentro.
No sabes cuántas veces volví a sentir los contornos de tu piel en la oscuridad de la noche. Perdí la cuenta del número de episodios en los que quise que tu aliento hubiera estado allí. Por eso, cuando volví a verte, después de cuatro años, quise grabar tu imagen en mi mente y no dejé de mirarte.
Tus ojos pequeños y tristes, tu boca mediana, estabas llena de miedo, ese mismo temor maldito que mostraste desde el primer día en que te conocí. El escalofrío recorriendo tu cuerpo que tantas veces sentí y que tuve que aniquilar en mí, para poder seguir viviendo.
Me pregunto si algún día serás igual de libre que yo, aunque mi libertad sea una ilusión. Todos fuimos prisioneros, cariño, todos vivimos en alguna sombra y nuestra historia fue muestra de ello. Coincidir, volver a verte, es una especie de bendición que hoy me concedió el destino, quizás como un remedio para curar ciertas heridas...
Han pasado algunos días, una canción vieja se escucha en el radio, mientras yo me emociono con la letra. Me pregunto si algún día sucederá lo mismo con tu recuerdo; si dentro de las siguientes décadas cuando piense en ti me entusiasme tanto como lo hago ahora.
Desde hace años, desde tu primera despedida, he pensado que nuestro destino es no estar juntos, vivir cada quien por su lado. Siempre he tenido esa creencia, sé que tú también, y no me preguntes por qué. Al final de cuentas, eso no importa, mañana o el fin de semana volveré a verte, como hemos quedado y esa es la mejor noticia.
Espero respirar tu perfume de flores una vez más, volver a sentir tu cabello con las yemas de mis dedos, volver a sumergirme en ese manantial profundo que eres tú, perderme, olvidarme del mundo, del tiempo que ha pasado, de la gente que ha estado de por medio y de las barreras que nos impiden permanecer juntos hasta la eternidad. Haré que nuestro momento vuelva a ser infinito, aunque dure un par de horas y volveré a perpetuar en la memoria, ese sabor dulce y cálido que el mes de abril, del año dos mil quince dejó en mí; cuando tú tenías veinte y yo diecinueve...
Pipe Bonilla
Imágenes: ɢᴊɪᴛʜᴍᴏɴᴇ ʙᴀsʜᴋᴇ
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Super cool
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