Indolencia




Indolencia, tal vez sea la mejor palabra para describir la actitud de miles de mexicanos ante los hechos sucedidos en Tlahuelilpan, Hidalgo, el pasado 19 de enero. 


Desde la comodidad de una conexión a internet, múltiples comentarios fueron vertidos en las redes sociales; entre los incondicionales que inmediatamente salieron a la defensa del Gobierno Federal, hasta las condenas dirigidas a las víctimas. 

Quizás, en medio de todo este debate, nadie debería de jactarse de tener la razón absoluta, porque a pesar de los argumentos que puedan verterse, más de noventa personas murieron como consecuencia de una explosión y ningún razonamiento podrá regresar las cosas al estado al que se encontraban antes. 



Probablemente los peores comentarios fueron aquellos que celebraron la catástrofe, diciendo que aquellas personas merecían morir por estar robando combustible, un tema polémico que se ha politizado en los últimos dias. 

Más allá de las implicaciones gubernamentales y penales del tema, destaca la polarización de la sociedad mexicana en torno de la tragedia. La idea que se ha extendido últimamente de celebrar "la muerte del delincuente", de adelantarse a toda investigación, proceso y sentencia, de exigir cárcel para los sobrevivientes que se encontraban en el lugar de los hechos, sin importar su grado de participación en los actos. La temeraria afirmación de querer pasar por alto el orden jurídico y el sistema judicial invocando su aparente ineficacia. 



Por otro lado, muchos han hablado de las condiciones de pobreza y falta de oportunidades existentes en los alrededores de la explosión, sobre la ignorancia y el abandono que han sufrido los pobladores por parte de las instituciones. Lo anterior, contrasta con el insistente discurso de que aquellas personas estaban robando, usando "su libre albedrío" para infringir la ley, palabras comunes entre un conocido nicho social de personas con acceso a estudios universitarios. 


Quizás este último caso es el más simbólico, no por la ausencia de premisas, sino por la abundancia de prejuicios. De pronto, un profesionista, desde la comodidad de su celular decide insultar a los pobladores involucrados, "por delincuentes", "por robar", "por querer todo regalado o gratis" y dice que es "su merecido", que la verdadera gente trabajadora se levanta todos los días temprano para laborar. 

Y todo esto lo afirma desde su pequeña burbuja, integrada por un trabajo más o menos bien pagado, conseguido a base de contactos, una educación costeada gracias a unos padres dadivosos, un automóvil propio como medio de transporte y la idea de que es una buena persona porque nunca le ha robado nadie, pero en la vida privada mantiene diferentes vicios.



Son "las buenas conciencias", descendientes de aquella generación que Carlos Fuentes describió en su novela del mismo nombre; la clase con doble moral que vive de las apariencias, que se jacta de ser honrada y tener una conciencia acorde a los valores del Cristianismo. Es esa casta de logros medianos la que hoy en día muestra su indolencia y su mayor apatía ante los demás, ante el dolor ajeno, la desgracia humana y su evidente desprecio por quienes tienen condiciones de vida diferentes.


Una vez más, la tragedia expone la realidad de nuestro país.  

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