Noche de llamadas. Parte 1

 Parte 1: Morir en mitad de quincena

—…Por suerte, uno de sus vecinos lo encontró hoy en la mañana, si no, quién sabe cuántos días se hubiera quedado allí…

Durante muchos años, Tere Martínez pensó que llegaría este día; la muerte de su primo Daniel. Era como cuando en las telenovelas aparecía un anuncio que decía “últimos capítulos”, antes y después de la pausa para comerciales. Todos sabían que Daniel iba camino a la tumba, a causa de su alcoholismo o de las enfermedades que padecía en el hígado y los riñones, nadie tenía duda de ello. La verdadera pregunta era cuándo ocurriría. 

Eran las ocho de la noche del martes 20 de marzo, Tere Martínez tenía poco tiempo de haber regresado del trabajo, estaba cansada y lista para cenar, cuando recibió la llamada de su tía Romina. Era una de esas señoras metiches, desquehaceradas, que conocen la vida de todos los demás y nunca se preocupan por arreglar la suya. En cierta manera, a veces se identificaba con ella, porque a sus cincuenta y tantos estaba a punto de terminar con la labor de criar a sus hijos y no tenía que rendirle cuentas a nadie, pues llevaba años divorciada.

Luego de darle la triste noticia, la tía Romina siguió con una larga lista de peticiones preocupantes; no había dinero para sepultar a Daniel, se necesitaba comprar el ataúd y el paquete de incineración más barato posible. Tampoco había nada para ofrecerle a los asistentes del funeral, pues alguien tendría que preparar el café y comprar las galletas. Le dijo frases como: “Tú debes hacerlo, por la familia, eres la que vive más cerca”, “Yo llegaré mañana, pero ocupamos que alguien vaya preparando las cosas”, “Hazlo por los Martínez, mija; nunca sabemos quién vaya a ser el siguiente que se muera y necesite el apoyo de los demás”.

Después de colgar, Tere escribió un mensaje en el grupo de WhatsApp de sus hermanos, ese que usaban para mentarse la madre, de vez en cuando, o para felicitarse con hipocresía cuando alguien cumplía años, llegaba Navidad o el Año Nuevo. Les pidió dinero y también que fueran al funeral, que se celebraría al día siguiente. 

Sus hermanos comenzaron a contestar, algunos con asombro, otros con burla: “¿Por qué vamos a apoyar a Daniel, si era un borracho?”. Tere insistió, les recordó que el difunto no tenía familiares cercanos, solo le quedaba un hijo: Danielito, quien estaba en el reclusorio y no podía ayudarlos, por obvias razones. Su otra hija, Karlita, desapareció sin dejar rastro, por lo que la mayoría de la gente pensaba que estaba muerta. En cuanto a la mujer de Daniel, se separó de él hacía varios años. La sola mención de estos sucesos fue suficiente para que sus hermanos soltaran un poco de lana. 

Lograda esta hazaña, Tere puso los ojos en sus hijos, era momento de que le regresaran un poco del amor y del trabajo que les dedicó durante tanto tiempo. Primero habló con Itzel, que ya vivía con su novio. Fue fácil sacarle quinientos pesos y la promesa de que le daría un poco más en la quincena, pues faltaban muchos días para el treinta. Después, le marcó a Paco, que era el mayor, y salía de trabajar más tarde, así que no contestó su llamada. Por último, se dirigió al cuarto de Rubén, el menor de ellos, de diecinueve años. Lo quería mucho, pero había veces en las que era difícil hablar con él. 

Lo encontró jugando videojuegos en línea, así que fue atendida por él hasta que perdió su partida. Comenzó a exponerle todo, pero encontró resistencia por parte Rubén, que la interrumpía de vez en cuando. 

—… ¡Te estoy pidiendo un favor! —alzó la voz, desesperada por tantos pretextos—. Quiero que me ayudes, no importa si no te cae bien mi familia, no lo hagas por ellos, hazlo por mí. 

—¿Y qué necesitas, má? 

—Pues dinero, eso te estoy pidiendo.

—Uy má, no tenemos dinero. ¿Por qué siempre piden eso? Si quieren hacemos el café o algo más, ¿en dónde va a ser el funeral?

—En su casa, ¿en dónde más? Está a diez minutos de aquí. 

—¿En serio van a hacer el funeral allí? —Hizo una mueca de desagrado en su cara morena y delgada—. Allí se murió, ¿no? ¡No manches, mamá! ¡Qué asco! 

—No seas exagerado, hijo, sólo estuvo unas horas allí. Murió ayer en la noche y lo encontraron hoy en la mañana. Además, no nos alcanza para llevarlo a una funeraria. ¡Por eso te estoy pidiendo el favor! Apenas estoy juntando lo de la caja, va a ser rentada y luego lo cremarán. ¡Deberías de darme lo de tu beca! Ni si quiera la necesitas; te la gastas en tus jueguitos y en salir los fines.

—¡No, mamá! ¡Esa beca es mía! Además, ya me la gasté… ¿Por qué tienes que hacerlo tú? ¿Por qué no lo hacen mis otros tíos?

—Porque es mi obligación, soy la que vive más cerca. Dios no lo quiera, pero el día en que nos pase algo a nosotros, alguien va a tener que ayudarnos, quién sea.

—¿Y si no nos ayudan, mamá?

—¿Tú cómo sabes?

Salió de la habitación renegando en voz alta, diciendo que no podía creer que dio a luz a un muchacho tan egoísta, que era igualito a su padre, no sólo en el aspecto físico, sino también en el carácter. 

Esa noche fue larga, llamó a sus demás parientes, algunos vivían en la ciudad y otros en diferentes estados. Cuando notó que la recaudación todavía era baja, casi a la media noche, le habló a su vecina que administraba la tanda, para pedirle que le adelantara su número, que debía llegar hasta el 15 de abril. 

Al día siguiente faltó a su trabajo para acompañar a la tía Romina, que realizaría todos los trámites relacionados con la entrega del cuerpo, que había sido trasladado a la morgue. Durante el día, no pudo evitar pensar en los familiares a los que vería, primos y tíos, todos ya eran personas grandes, además de sus respectivos acompañantes. Parecía el acontecimiento social del año, la razón para que muchos se reunieran, aunque fuera por una causa triste.  

Pasadas las cuatro de la tarde, las dos mujeres llegaron a la casa del difunto. Entraron con un duplicado que Romina tenía en su poder, barrieron la cochera, abrieron las ventanas, pero el olor a encerrado era persistente. Todo se encontraba sucio y lleno de polvo. Un montón de botellas de alcohol y de colillas de cigarro flotaban por toda la sala, como si fueran testigos de un naufragio. 

Tere contempló el sillón central, que era de color café, de un material parecido a la gamuza, tenía un hueco en el centro, provocado por la multitud de horas que Daniel pasó allí, alcoholizándose mientras veía la televisión o escuchaba música en solitario. Recordó las expresiones que hizo su hijo Rubén la noche anterior. ¿En serio lo iban a velar allí? Era el lugar de su muerte, en el que pasó sus míseros días. Sus últimos años allí fueron deprimentes. 

—¡No podemos hacer esto, tía!

—¿De qué hablas? —le contestó la otra, sosteniendo una cubeta con una mano y un galón de cloro con la otra.

Romina Martínez tenía sesenta y seis, pero estaba llena de energía, como si fuera veinte años más joven. 

—No podemos velarlo aquí.

—¡Ay mija! No seas floja, ahorita quitamos toda la mugre. Además, va a venir Itzel a ayudarnos, tu prima Lola también viene en camino, vas a ver que cuando todos lleguen, esto va a estar rechinando de limpio.

—No tía… —hizo una pausa, con los ojos enrojecidos, al borde del llanto. No sabía cómo expresar sus pensamientos—. No podemos hacerle esto a Daniel; este lugar lo hizo muy infeliz, lo volvió loco, mira cuántas botellas hay tiradas. A mí no me gustaría que me velaran en un lugar que odié.

Romina la miró con duda. 

—¿Y qué más hacemos? No tenemos para pagar una funeraria, apenas y nos alcanzó para la cremación.

Tere agachó la cabeza, sabía que Rubén enfurecería.

—Vamos a velarlo en mi casa.

—Pero Tere, tú ni si quiera tienes cochera. 

—Pues no, pero podemos cerrar la calle, que los vecinos nos presten unas sillas de plástico y también saco las sillas del comedor para que se sienten los invitados…

Continuará 

Autor: Adrián Bonilla

Verano de 2025.

Nota: imágenes generadas con inteligencia artificial, utilizando Open Ai. 




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